De lo permitido a lo posible: ejerciendo la libertad… pasando por la razón y Camus

Casi como si de una nota del transcriptor se tratara, voy a presentar el texto, o, más bien, los textos siguientes. El texto principal, que lo firma Hélène Rufat, Presidenta de la AEC, «De lo permitido a lo posible: ejerciendo la libertad… pasando por la razón y Camus» (título de toda esta entrada), es un artículo de opinión acerca del actual estado de alarma decretado en España, una reflexión animada por la novela «La Peste» de Albert Camus. Antes de publicarlo, lo hemos comentado varios miembros de la Junta Directiva de la AEC: un servidor, Alberto Herrera, secretario, y Marina Mulet, tesorera. Aunque ambos realizamos actualmente un doctorado sobre Albert Camus, es interesante saber que Marina también es estudiante de medicina y está considerada dentro de los grupos de riesgo en la pandemia del Covid-19. Por estos motivos, ella toma la palabra tras el artículo de Hélène. Prácticamente, reproducimos sus comentarios tal y como nos los trasladó por whatsapp. El asunto del artículo, como podrán comprobar, versa sobre los límites y el contenido concretos de la libertad y de la responsabilidad. El debate que se abrió entre nosotros nos pareció que enriquecía aún más al propio artículo, y que lo trasladaba de la columna de opinión a los planos de la polémica, de la polémica sosegada, ésa que puede aparecer en la correspondencia, donde se da un diálogo entre dos personas que se hablan y se escuchan sin interrumpirse. Pero, parafraseando al transcriptor de Pascual Duarte, dejemos que hablen Hélène Rufat primero, Marina Mulet después, que son quienes tienen cosas interesantes que contarnos.

Alberto Herrera

De lo permitido a lo posible: ejerciendo la libertad… pasando por la razón y Camus

Hélène Rufat, 18 de marzo de 2020

Ahora que nos han dado un buen susto y nos tienen a todos encerrados en casa, que nos dejen considerar no ya lo que está permitido, sino lo que es posible.

Todos podemos entender la necesidad de no contribuir a propagar la epidemia, y ya sabemos que cualquiera puede ser portador del virus aún sin manifestar ningún síntoma. Ciertamente, no estamos acostumbrados a controlar nuestros gestos: nos abrazamos, nos tocamos al hablar, tocamos cualquier cosa donde sea sin pensar en lavarnos las manos… Pero estamos aprendiendo a controlarnos a marchas forzadas, y será mejor que nos dejen co-aprenderlo (los unos de los otros) en lugar de obligarnos a comportarnos como personas tuteladas por un poder autoritario, absolutamente dependientes de lo que se nos permite o se nos prohíbe. ¡Podemos entenderlo! Esto sí: necesitamos información fiable y completa para poder establecer cuáles son nuestras posibilidades de acción y actuación.

Si las “autoridades competentes” desconfían tanto de su población que prefieren mandar a sus fuerzas del orden a perseguir a todo aquel que desobedece “lo permitido”, habrá que demostrarles que la población sabe y puede comportarse. En este punto, también quiero referirme a La peste de Camus, tan nombrada estos días; por algo soy camusiana. Todos los artículos que he leído últimamente comentan muy justamente que la novela pone de relieve el valor de la solidaridad y el de la “honestidad” (entiéndase “hacer su oficio” para el protagonista, el Dr. Rieux). También hay otra actitud esencial en la obra: la responsabilidad. Y ésta se forja gracias a otros dos procedimientos del pensamiento: la racionalización de la naturaleza humana (que asume conscientemente sus instintos), y el ejercicio reflexivo de la libertad. O sea: toda la novela describe cómo cada personaje resuelve su propio dilema entre su naturaleza humana y su libertad. Es una tensión continua entre estos dos extremos porque la naturaleza condiciona físicamente, y la libertad es un ideal; entre ellos hay un constante diálogo interior muy personal que podemos seguir, como lectores, en los pensamientos de Rambert, de Rieux o incluso de Grand, por ejemplo. Si todavía lo tenéis pendiente: ¡Leed (o volved a leer) La peste!

En las últimas páginas de la novela, se puede entender cómo todos estos elementos fundamentales mantienen el equilibrio y la coherencia de la novela… como en la vida misma. Lo dice el narrador, reconociendo que es el propio Dr. Rieux, considerándose principalmente cronista, antes que médico. Él mismo expone que su principal función social es la de ser testigo de lo ocurrido en su ciudad… como podría serlo cualquier otra persona. ¿Será modestia? Para mí es un gran ejemplo de buen maestro: Rieux demuestra que cualquier persona puede aprender a equilibrar su ideal de libertad y sus instintos humanos, nos anima (indirectamente) a que también intentemos lograr este equilibrio, y éste es el sentido de la libertad: aquel que sabe reconocer sus propios límites, sus posibilidades. Con este sentido de la responsabilidad es cómo se puede hacer frente a cualquier epidemia… ya sea vírica o ideológica.

Así que, habiendo hecho ya este ejercicio filosófico y vital, en el caso que nos ocupa, prefiero seguir las recomendaciones sanitarias que una circunstancia excepcional implica, adaptándolas a mis circunstancias, en lugar de obedecer ciegamente unas normas impuestas por las autoridades. Y creo que, esta tarde, saldré a dar un paseo, acompañada (entiéndase: con mi hijo, por las calles desiertas, y sin tocar nada ni a nadie), como cuando Rieux y Rambert se bañan en el mar, para contentar mi libertad, y sin perjudicar a nadie.


Comentario

Marina Mulet, 18 de marzo de 2020

A ver si consigo ser ordenada, porque todo lo referente a este tema se entrelaza a la hora de pensarlo… Para intentarlo, creo que podemos pensar en que hay tres grandes conjuntos de cosas (en general, en relación al panorama, y en particular, respecto al texto): De un lado están las reflexiones éticas; de otro las lecturas colectivas-políticas y, cómo no, las técnicas-médicas. Diré lo que pueda de todas ellas a partir del texto de Hélène…

En primer lugar, es muy difícil en estos días no dudar y estar confundido en lo que representa la libertad…Y es cierto que uno de los riesgos es el de suspender toda autonomía crítica. Yo estoy teniendo muchos problemas con ello estos días, pero creo que los estoy teniendo precisamente por uno de los puntos claves que consideras, Hélène, en tu texto. Tengo información, y creo que de fiar, porque he estado leyendo y estudiando lo que iba ocurriendo en los países que nos llevaban ventaja, leyendo sobre las particularidades del virus en revistas científicas y su repercusión con respecto a contagios, modos de contagio, mortalidad, etc. Partamos de que no todo el mundo tiene el mismo acceso a la información, por diferentes motivos. Muchos no pueden tenerla (herramientas necesarias, condiciones de vida…). Otros no quieren o la tiene y prefieren no hacerle caso. Ante esa desinformación (que debería ser garantizada, la información, por el gobierno, por encima de todo) es cierto, Hélène, que creo que el peligro es que actuemos sin saber y nos perjudiquemos a todos. El gobierno ha optado por una información muy limitada (y lo sé porque leyendo un poco artículos científicos y viendo medidas en otros lugares iba adelantada un par de días desde la semana pasada a todo lo que van diciendo). Y es cierto que el plan de choque ha sido el de la represión mediante las instituciones del Estado –policía, ejército, etc.– que tiene a su alcance. No me parece bien, no me gusta. Es el intento de enmendar un error con un plan de choque. Si hubiéramos tenido la suficiente información, seguramente hubiéramos puesto mucho de nuestra parte y también seguramente podríamos hacer frente sin necesidad de medidas represivas.

Pero, a pesar de tener esto en cuenta, también creo que por parte de todos tener información y buena voluntad no es sinónimo de hacer lo correcto y no todo el mundo puede tener ese mismo acceso a la información. Y aquí ya hablo del comportamiento colectivo y no de las directrices a seguir. Así que es probable, y sintiéndolo mucho, que, a pesar de informar, yo hubiese sido estricta con respecto a las medidas si hubiera estado en mi mano. 

En este momento, sea lo que sea la libertad, tiene que estar al servicio de los demás, y no podemos garantizar que la libertad individual ejercida por todos cumpla con ese cometido si no intentamos todos poner el acento sobre lo mismo.

Lo que tú dices, Hélène, a mí me parece razonable… respecto a salir a pasear con quiénes vives… Pero no podemos dar por supuesto en absoluto que todo el mundo piense de manera razonable… Y no quiero entrar aquí en disquisiciones sobre la naturaleza humana y mucho menos en mi opinión al respecto, si es que la tengo… La única forma de proteger en todos los sentidos es marcar unas pautas… Me pesa, pero es así. Ojalá en este escenario siempre hubiese tiempo de coaprender. Pero es que no lo tenemos. No lo teníamos cuando las cifras ya se estaban dando como se dan en todas las epidemias y podíamos prever la magnitud de lo que sucedería.

Lo que no tenemos que perder en ningún momento, aceptando que hay ciertas cosas que deben hacerse, es la capacidad de pensar en cómo pueden utilizarse potencialmente todas estas medidas en el futuro. Bajo el paraguas de la supuesta seguridad y aprovechando el miedo, sabemos que actúan mecanismos de control muy potentes… Es en discernir lo necesario de lo oportunista en lo que debemos estar muy atentos, ahora y en lo que vendrá. También en proteger a todos los damnificados en todos los sentidos, que siempre habían vivido en una situación mucho más cercana a la que vivimos de lo que seguramente somos capaces de concebir en términos de inseguridad, incertidumbre y precariedad (laboral, económica, con respecto a su salud, afectiva y de reconocimiento social). Hay que observar y tomar nota de todas las derivas sesgadas de una situación que muy probablemente será aprovechada por muchos para recrudecer la injusticia a muchos niveles. Pero eso… no entra, creo, en contradicción con lo que sí debemos hacer. La verdadera rebelión, quizá, tiene más que ver con tener todos los factores en cuenta. Tarea titánica, pero necesaria. Y también para enseñarnos a ser conscientes de todo aquello que esta crisis obliga a aflorar y que ya existía…

Y sí, el virus en sí, según lo que se sabe (podemos entrar en detalles técnicos en otro momento…), es un virus muy infectivo pero, para la mayoría, no necesariamente fatal. Lo que sí se está viendo y cabe mencionar aquí es que parece que la exposición repetida puede complicar su evolución en contagiados (fenómeno que ya se conocía en otro tipo de enfermedades infecciosas). Además, debemos tener en cuenta que, en un escenario sin inmunidad, nuestros cuerpos pueden responder de maneras distintas e impredecibles en función de aspectos sobre los que no tenemos ningún control (ejemplo: nuestra dotación genética nos puede predisponer de una manera u otra a ser más o menos sensibles y más o menos capaces de combatirlo). Estos dos últimos puntos, además de considerar que los adultos jóvenes y sin patologías previas ya son un peligro potencial por poder ser portadores asintomáticos –vectores– que contagien a posibles enfermos más vulnerables sin saberlo, son importantes a tener en cuenta para todos aquellos que creían que los factores de riesgo eran la única condición para ser precavidos. Luego, como ya sabemos, de nuevo existen los ya mencionados factores de riesgo –edad, patologías previas, etcétera–.

Toda la información que se va conociendo sobre el virus es tremendamente cambiante desde que comenzó la epidemia, el ritmo de investigación es vertiginoso. Pero éste es precisamente un motivo para ser cautos: la incertidumbre. Y lo poco que sabemos nos da la clave para comprender que el problema es colectivo, pertenezcamos al grupo de población al que pertenezcamos.

En cualquier caso, ante la duda, creo que la opción a escoger no es ser cautos porque lo diga el gobierno (sabemos que éste es el eterno problema con respecto a si actuamos porque las sanciones existen o porque elegimos actuar de un modo u otro guiados por nuestra propia responsabilidad), sino pensar que todas la precauciones son pocas y partir de eso para comportarnos como parece que puedo beneficiar a todos… Si no lo hacemos así, podríamos acabar viendo una gama increíble de comportamientos individuales que no harían más que perpetuar el desastre. Para las consecuencias de todo esto –y lo que ya asoma– tenemos que mantener viva la capacidad de ser conscientes de cuáles son las acciones que debemos llevar a cabo y cuáles debemos reclamar y reivindicar colectivamente cuando nuestra salud esté más garantizada que ahora. Hay muchísimas y afectan a muchos ámbitos que demasiadas veces no tenemos en cuenta. El reto es no quedarnos en lo que vivimos ahora, a pesar de dedicarle en este momento todo nuestro empeño, y ser capaces de trasladar la responsabilidad y la consideración a lo colectivo a todos los niveles (no solo en términos de política institucional).

Volviendo al texto, es por eso que no creo que sea buena idea salir a pasear acompañada, porque da ejemplo de un acto que admite una gran cantidad de variaciones nocivas (a pesar de que en tu caso particular, Hélène, no lo sea). Si le podemos dejar un resquicio al coaprender, en ese sentido, no salir a pasear acompañada sería dar ejemplo para que los demás tomen nota y entiendan el porqué (y no se les ocurra llevar a cabo su propia versión). Es una buena manera de transmitir el mensaje. Y es razonada… no supone subyugar la capacidad de crítica a dictámenes sin plantearse su razón de existir.

Ojalá en los medios de comunicación de masas y por parte del gobierno hubiese espacio meditado, más allá del baile de cifras, para plantearnos estas cosas…

Cuidaros y cuidad mucho…


Escena de «El estado de sitio» durante 1948, en la que se observa (de izq. a der.) a Madeleine Renaud, Jean-Louis Barrault y María Casares

Post-scriptum

Hélène Rufat, 20 de marzo de 2020

¡Gracias, Marina! Por todo esto, consciente del co-aprendizaje, todavía no he salido a pasear con mi hijo. De hecho, él no ha salido ningún día, y como cualquier niño cada vez va echando más en falta el ejercicio físico al aire libre. Ya le estoy buscando una solución conciliadora.

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